miércoles, 5 de enero de 2022

INVISIBLES

Conversando con un amigo venezolano, compañero de luchas en Venezuela,  Marlon Uribe, que vive en Argentina, le comenté sobre la tristeza que uno siente, ese inmenso vacío que uno lleva en el pecho, no solo por haber tenido que dejar el terruño, por razones mil, sino por la realidad que uno percibe, que uno ve, en las calles de los países donde hacemos vida.

Yo, como un exiliado sin privilegios, no me desplazo por las calles de Colombia con escoltas ni vehículos blindados. Ando a pie, en bicicleta o autobús, lo que sea mejor para el momento.

Caminando por la ciudad que me dio cobijo cuando llegué a ella a mediados de 2018, he podido ver la pobreza, pero no esa pobreza del rancho de lata, no, esa no, pues no he estado en esos barrios donde el barro, la tierra, la lata y el hambre comulgan el día a día.

La pobreza de la que hablo es la de los inmigrantes venezolanos, mis compatriotas, que parados en una esquina venden caramelos o chuches -como les dicen en Barranquilla a las chucherías o snacks-, para obtener algunas monedas y sobrevivir el día.

Pero no hablo de un solo individuo, hablo de familias enteras. El papá, la mamá y los hijos, todos con bolsitas a medio llenar de caramelos, pidiendo una ayuda para poder comer o pagar el arriendo.

Veo a los papás o las mamás caminando por las calles, esperando al chofer de la ruta que no les pone trabas para montarse en su autobús, para luego de un corto discurso, mostrar la bolsita o la cajita contentiva de los productos, normalmente chucherías, en venta por 500 pesos, o mil pesos, siempre números redondos, para evitar el problema con el manejo de menudos, el vuelto, pues nunca falta un gracioso que quiera cambiar un billete de 20.000 pesos, inexistente en sus bolsillos, por la compra de una galleta de 500 pesos.

La realidad de estas personas es invisible para las mayorías, pues al ser su realidad tan severa, la gente por "autoprotección" psicológica buscar borrarlos de "su existencia", así pues es muy común que al pasar por su lado, la mayoría los ignore; para ellos no existe un "buenos días" o un "no gracias".

El concepto que viene a dibujar la desgracia de mis queridos compatriotas, que hoy sufren el desprecio de millones, se denomina Aporofobia, según me comentó mi amigo Marlon, y resumido se puede definir como "miedo, odio o rechazo a los pobres y desvalidos".



Claro, los venezolanos que emigraron con millones en sus cuentas extranjeras, todos han sido recibidos con los brazos abiertos. Muchos han reconstruido su vida sin mucha dilación, y otros han continuado viejos negocios, que les han permitido mantener su estatus. Entre estos, no todos son empresarios honrados. Muchos son bandidos con vínculos políticos o incluso con vínculos con grupos delincuenciales, que han migrado pues es mejor hacer crecer sus fortunas mal habidas en el exterior, que depender del ánimo de un Tirano, que en cualquier momento puede despojarlos de todo. A estos venezolanos, los han recibido en todo el mundo con los brazos más abiertos, en especial a los más bandidos, que hasta cargos de representación han detentado.

Panamá está llena de bandidos de esos; hoy en día un banquero venezolano está siendo solicitado por su justicia. En República Dominicana, los nuevos ricos y los viejos bandidos consiguieron una nuevo hogar, en el que son protegidos por la corrupción y la complicidad de su gobierno de mierda.

Ni hablar de Miami, donde la congregación de bandidos chavistas y empresarios corruptos es una de las mayores. Algunos, ante la evidencia de sus delitos, han decido buscar nuevos horizontes, evitando a la poco voluntariosa justicia norte americana.

Sacar una Visa Norteamericana es, teniendo los requisitos, una apuesta; sin embargo, cientos de representantes del chavismo, enemigos por oficio del Tío Sam, disponen de Visas para lo que sea en ese país. Algo complicado de entender.



Volviendo al tema, la pobreza de los venezolanos que viven en las calles de América es una desgracia, y los fondos habilitados para atender sus desgracias, destinados a incontables Fundaciones, Organizaciones No Gubernamentales y cualquier otro tipo de estructuras corporativas, han sido inmensamente cuantiosos.

La pobreza es un negocio, del que se lucran muchos bandidos.

De esos fondos mal administradas, difícilmente permean hacia los pobres que teóricamente los justifican. Es todo una parafernalia inmensa estructurada de la manera más hipócrita y descarada.



Esta madrugada, el gobierno imaginario del bandido miserable de Juan Guaido, con el apoyo de los EUA y los marcianos, se auto proclamó como presidente de Narnia. La desgracia no está en su auto proclamación, que es ilegitima, como la tiranía el de Nicolás Maduro; la desgracia está en los millones de dólares destinados para ese gobierno imaginario, que solo sirven para mantener una estructura corporativa inútil, que da el beneplácito a los intereses internacionales que hoy devastan a Venezuela, un ex país.

Cómo harán esos miserables para poder dormir, sabiendo que lo que hoy malversan, se roban, y hablo de los chavistas del psuv y los chavistas de la mud, podría haber salvado miles de vidas, comprado millones de sonrisas y construido millones de historias positivas de aquellos que tuvimos a bien nacer en Venezuela.

Ese vacío que uno siente al caminar las calles de América, en especifico, las de Sur América, no desaparecerá. El contexto de nuestra crisis, la venezolana, es muy complejo, y quienes podrían hacer algo para construir una solución política están haciendo cálculos, aspirando puestos, negociando parcelas, o peor, mirándose al espejo.

Sin una estrategia clara, sin un liderazgo comprometido, sin recursos -que sobran-, Venezuela seguirá siendo un lodazal desde el cual millones seguirán huyendo.

A Juan Guaido y Nicolas Maduro, mi eterno desprecio. Espero sus almas se extingan con prontitud y no haya clemencia en el cielo para ustedes.


¡En Dios Confío!


Alexander Acosta Guerra
Activista político venezolano en el exilio.
Barranquilla, siendo las 18:51 de un 5 de enero de 2022

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