domingo, 11 de noviembre de 2018

DESDE UN NUEVO ORIENTE

Como muchos venezolanos que nos vimos forzados a abandonar nuestro país como consecuencia de la crisis creada por la dictadura de Nicolas Maduro, y pagada con la sangre de miles de mis hermanos venezolanos, me levanto antes que el sol salga y retorno a eso que llamo hogar después de ida su luz.

Trabajo duro en un nuevo país para mantener a mi familia, que me negué por dos años a abandonar en Venezuela. No gano lo suficiente, pero con lo que gano por lo menos sobrevivo.

Por ahora no puedo enviar ni un peso a mi familia o amigos en Venezuela, pues pesos faltan para poder llegar al fin de mes. Todavía estoy en el rango de los 20 días; solo puedo sostener a mi familia por 20 días con lo que gano. Lo adicional debe venir de ingresos extras… horas extras, vender quesillos, hacer alguna otra cosa. Es una realidad dura, pero sostenible por ahora.

Cuando vengo regresando con el sol ya oculto en el horizonte, solo pienso en la sonrisa de mis hijas, en mi hijo amparado en el hogar de una de mis cuñadas, en mi esposa, en mis padres en Venezuela y en mis amigos. Esa imagen hace que el cansancio del día se transforme en energía para el mañana.

En ir y venir al trabajo invierto dos y media horas como mínimo. El transporte público en Barranquilla es abundante y eficiente. Trabajan hasta las 10pm, pero al anochecer, en la zona donde trabajo su flujo se reduce.

Trabajo de lunes a sábado; solo descanso los domingos. Por lo menos descanso los domingos, millones de venezolanos trabajan los siete días de la semana, tanto dentro de mi país, como fuera de sus fronteras.

El domingo se lo dedico a mi familia y a la política… actualizándome del acontecer de la semana, leyendo, escribiendo, conversando, participando en las Redes Sociales, donde he ido decayendo.

Trabajo en mejorar mis ingresos. Lo que estoy viviendo lo veo como una transición; hoy obrero en tierras Neo-Granadinas, mañana… mañana vendrán tiempos mejores que estoy obligado a construir con mis decisiones cada día, algunas acertadas, otras erradas; nada diferente a la realidad de cualquier adulto humano.


Hablando con el amigo Marlon Uribe hace pocos días, con quien pude hacer trabajo político en el Zulia, me percaté de un asunto… En Venezuela no entienden nuestra nueva realidad. No entienden que como extranjeros nuestra condición cambia; somos invitados en tierras ajenas; algunos desprotegidos por su condición migratoria no ajustada a la norma del país que los aloja. Nuestra necesidad de trabajo hace que aceptemos condiciones laborales que no aceptaríamos en nuestra tierra. Es parte del proceso y debemos aceptarlo. Nadie te regala un peso, un dólar, un sol… nada, y eso es bueno. Cada moneda debes ganártela con esfuerzo.



Tu capital se reduce al monto que hayas podido sacar en moneda extranjera de Venezuela.



Hacer política en el extranjero es extremadamente complejo. De los millones que nos hemos ido, millones viven el día. Trabajan para poder comer… algunos duermen en plazas, otros deambulan o viven en refugios improvisados... Muy pocos tenemos la Bendición de poder llegar a un sitio decente y dormir en una cama. Esa no es la realidad de la mayoría.

Sin recursos y sin un plan es imposible hacer política. Era complejo en nuestras tierras, y es imposible en tierras extranjeras. Como pagas un pasaje para reunirte con un hermano venezolano en otro sector de la ciudad, o incluso en otra ciudad, si no dispones ni de un peso para eso... Como pagas el teléfono o el café que usas como medio para lograr un encuentro. Ni pensar en un almuerzo o una cena.

Las nuevas formas de hacer política se acercan más al activismo voluntarista que a la militancia partidista de corte estalinistas. No puedes forzar a alguien que no tiene como comer a que propicie espacios de entendimiento y encuentro entre los venezolanos que nos fuimos.

Millones de los que salieron solo lo hicieron pensando en cómo sobrevivir, y no piensan más allá del día de mañana. Sin recursos, sin campañas adecuadas, sin un Plan de País que vender, es como arar en el mar… y para quienes asumimos la realidad de vivir en otro país, arar en el mar no es una opción.

Son momentos duros que exigen de mente abierta, capacidad de adaptación y una visión de futuro posible. En ese espacio de lo posible podremos encontrarnos.

¡En Dios Confío!


Alexander Acosta Guerra
Activista No Violento
y Miembro de Alianza Bravo Pueblo  Zulia – en el exilio
Barranquilla, 11 de noviembre de 2018 – siendo las 16:06

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