Hay personas que ante la necesidad de atención de un problema, tienen la costumbre de “compartir” sus responsabilidades con cualquiera, con el objeto de quitarse el peso y responsabilidad de ese problema.
A esa forma de atención de problemas se le podría llamar “colectivización” de problemas; sin embargo, algunos no solo “colectivizan” sus problemas, sino que asumen la delantera y el uso de la violencia, agresiones y verbo encendido para liberarse de la atención de ese problema.
A esa forma de atención de problemas la llamo “TÉCNICA DE LA LATA DE MIERDA”; si la palabra “mierda” te causa prurito, te parece vulgar o algo parecido, puedes cambiar la palabra por “estiércol” (que no es lo mismo) o “desechos” o “excremento” o “heces”.
Esta técnica es muy simple, pero no muy inteligente; tomas un problema, lo exageras, gritas, insultas, acusas a un tercero, y de inmediato, esa persona o personas se sienten involucrados o responsables (siéndolo o sin ser) de ese problema. La técnica es muy simple, mediante esa amenaza, pues eso termina siendo, los terceros intentan buscar su responsabilidad, las complicaciones inherentes y sus consecuencias. Pero, en el ínterin, los terceros lo primero que buscan es “librarse” de esa responsabilidad o complicación; la necesidad de atender la solución al problema pasa a un segundo término; lo importante es ver como se libra uno de ese problema (que no era propio).
¿Por qué lo llamo “La Técnica de la Lata de Mierda”?
Pues sucede una respuesta natural ante la aplicación de la técnica. Si a ti un tercero te lanza una lata de mierda, lo primero que buscas es ver que tanto te ensució y luego buscas cómo te limpias y de último tratas de conseguir la razón por la cual te lanzaron esa lata de mierda, pero el problema sigue ahí. Por eso considero que la aplicación de la técnica denota poca inteligencia, pues es técnica elimina por completo la empatía como elemento de enlace o acercamiento humano, que es esencial en la resolución de problemas que involucran a personas.
Por ejemplo: Llego a un sitio a comprar un kilo de arroz; pido el kilo de arroz, pago el kilo de arroz y me voy. Cuando llego a mi casa, mi esposa me dice “nosotros solo usamos tal marca de arroz, devuelve eso”. Molesto, pues no lo sabía, no me lo habían dicho, poco me importa la marca o tipo de arroz, llego al local donde compré el arroz y le grito al vendedor frente a todo el mundo “Te pedí que me vendieras un arroz marca –tal- y me vendiste eso; no quiero eso. La realidad es que yo fui a comprar un kilo de arroz y me lo vendieron; pero el reclamo de mi esposa genera cierta molestia en mí, y transfiero esa molestia al vendedor… le lanzo la lata de mierda. En ese momento, el vendedor, que vende diariamente miles de cosas está tratando de recordar si me atendió, lo que conversamos, si me dijo lo que afirmo; llama a su supervisor, le explica el caso, me pide la factura; le grito y le digo que yo no guardo facturas. Total, una devolución rutinaria que podría llevar quince minutos termina derivando en dos horas, y varias personas molestas. Y la verdad poco importó, nunca pedí una marca específica, solo pedí arroz.
¡EN DIOS CONFÍO!
Alexander Acosta Guerra
Activista político venezolano en el exilio.
Barranquilla, 24 de agosto de 2023
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